2009/04/25 |
Como explicaba en una entrada anterior, hace casi un mes me encontré en El Sótano de Bellas Artes, a un precio muy accessible, la traducción al español de Spychips, por Katherine Albrecht y Liz McIntyre.
Tal y como Bruce Sterling menciona en el prólogo que escribió para el libro, se trata de dos autoras sensacionalistas, pero en el sentido positivo de la palabra.
Armadas de cientos de referencias, Albrecht y McIntyre exponen el lado negativo de la RFID. Empiezan presentando la tecnología como los promotores de ésta lo han venido haciendo: sólo como un “código de barras mejorado” para rastrear productos en tiendas. Pero poco a poco se muestra el alcance que los chips tienen en la privacidad de las personas: desde el rastreo de los productos fuera de las tiendas, pasando por la invasión de la privacidad de las personas en sus hogares por parte de las corporaciones, hasta llegar a la vigilancia total por parte de los gobiernos. Todo centrado en los Estados Unidos, obviamente. Pero no hay razón alguna para pensar que no nos puede pasar a nosotros. Al contrario. El libro menciona aquel famoso incidente en el que el ex Procurador General de la República, Rafael Macedo de la Concha, accedió a implantarse un chip en el brazo. Y también menciona cómo Levi’s secretamente implantó etiquetas RFID en varios artículos en un par de tiendas de nuestro país.
Quiero compartir con ustedes tres párrafos increíbles de uno de los últimos capítulos del libro:
Tal vez piense que hablar de abuso por parte del gobierno no es más que una cortina de humo, puesto que, después de todo, no vivimos en la Alemania nazi. Eso es probablemente lo que pensaban los vecinos de Alemania también, hasta que los delincuentes fascistas tomaron las riendas del poder de sus gobiernos legítimos y empezaron a cometer las mismas atrocidades que habían cometido en casa. Si países como Polonia u Holanda hubieran establecido una infraestructura de RFID, sin importar lo benigno de sus intenciones y cuántos controles legales hubieran establecido para restringir su uso, los nazis se hubieran apoderado de ella, quitando los dispositivos de protección y rápidamente la hubieran aplicado para sus metas odiosas.
Sería fácil para un opresor dominar a un pueblo acostumbrado a ser vigilado y controlado por etiquetas de RFID y lectores en sus hogares, escuelas, tiendas y lugares de trabajo. Un pueblo tan dócil como para permitir que sus botiquines, refrigeradores, cajas registradoras, repisas de venta, alimentos, armas, pasaportes, correo, uniformes de trabajo, neumáticos de automóvil, carreteras, taxis y trenes subterráneos sean etiquetados y supervisados por las autoridades serían presa fácil de un tirano. Si un pueblo ni siquiera puede luchar contra agentes de mercadeo entrometidos y sus propios representantes electos, ¿cómo podría enfrentar a un enemigo armado y agresivo?
Ese es el problema del poder y por qué la omnisciencia total del gobierno es una mala idea. No importa cuánta confianza usted tenga en su gobierno, entregarle la capacidad sin freno de observarle y de controlar su vida es como ponerse la soga al cuello y albergar esperanzas de que el tipo que sujeta el otro extremo nunca tire de ella. Usted podría creer que le está entregando la soga a la Madre Teresa, pero un día hallarse mirando a los ojos de Lynndie England.
O de Adolf Hitler.
El énfasis y el enlace los añadí yo.
Vayan, compren y lean este libro. A mí me costó menos de cincuenta pesos. Vale mucho la pena porque es, como dicen en inglés, un eye opener.